Por si acaso te acosan” quiere ser la vacuna psicológica que necesitan las posibles víctimas del acoso psicológico en el trabajo antes de que se conviertan en tales. Se trata de 100 pequeñas dosis de conocimiento y saber práctico para cualquiera que pueda sufrir el mobbing en su desempeño profesional.

Una vez más en Por si acaso te acosan, he querido contar la verdad de las víctimas que es la única verdad en un planteamiento riguroso y científico de la cuestión: la verdad de su inocencia. La revelación de la inocencia de las víctimas sigue hoy siendo incómoda en un mundo laboral que participa de la visión religiosa mítica y sacrificial propia del neoliberalismo. Desde este enfoque, se tiende a creer que cada uno recibe siempre su merecido por la mano invisible de la Economía. Bien engrasado, el mecanismo victimario del acoso psicológico en el trabajo promueve un mundo laboral absolutamente “perfecto”, puesto que asegura automáticamente la eliminación de todo lo que considera imperfecto, y hace aparecer imperfecto o indigno de existir, todo lo que resulta violentamente eliminado por el propio acoso.

Un círculo vicioso y falaz que muy pocos conocen. Hay aún quienes pretenden colocar en un plano de igualdad la verdad de las víctimas y la verdad de los perseguidores como si la realidad fuera una cuestión de perspectiva y no existieran datos objetivos y objetivables para establecer que las conductas de acoso existen en verdad y que las víctimas no deliran. En lugar de ser percibidas como tales, las víctimas de mobbing suelen ser por el contrario consideradas como justamente retribuidas por un orden social coherente, justo y por un modo de hacer las cosas que no puede ser sino el que es.

Situar la verdad de los perseguidores en el mismo plano que la verdad de las víctimas supone que ya no hay diferencia, ni verdad para nadie.

Los “amigos de la neutralidad” reivindican su sinceridad y aparente ecuanimidad ante el acoso, pero su verdad supone el linchamiento de víctimas inocentes. Hay que elegir siempre entre estas dos perspectivas: la de la víctima o la del victimario. En materia de mobbing, evitar tomar partido supone siempre una estafa. Toda afectación de neutralidad, impasibilidad e indiferencia ante las víctimas del acoso psicológico en el trabajo, cualquiera que sea su pretexto (cientísta, estoico, filosófico, religioso, new age, o cualquier otro), no es más que un fraude, una estafa que perpetua el statu quo, prolonga el ocultamiento del mecanismo del chivo expiatorio y nos convierte en cómplices eficaces de todos los perseguidores.

En mi opinión, la apasionada defensa de las víctimas de acoso es la verdadera fuente del saber científico y real en torno al mobbing. Dejando aparte todas las calumnias y versiones míticas que pretenden contar la realidad al revés y hacer a las víctimas merecedoras y culpables de lo que les sucede, se alza para todos aquellos que quieran reconocerla, como una luz resplandeciente, la Verdad. Este libro narra esta verdad que permite a las víctimas retornar a la cordura. Recuperada la convicción de su inocencia, pueden sentirse al fin merecedoras de lo bueno. Pueden defenderse y reivindicar el derecho fundamental de todo ser humano a la dignidad, al respeto…también, claro que si, en su trabajo. Cuando vamos al trabajo no dejamos colgados afuera, junto al abrigo, nuestros derechos fundamentales como seres humanos.

La violencia psicológica sigue siendo clandestina.

Si bien es verdad que como sociedad nos repugnan de manera creciente todas las formas de violencia, también es cierto que hemos refinado nuestras formas de ser violentos los unos con los otros. Pasada una época en la que el maltrato físico y psicológico a la propia esposa, a los hijos, a los compañeros del colegio, o a los empleados, (mi marido me pega lo normal, mi jefe me acosa lo normal, etc…) se veían como algo normal, estos tipos de comportamientos se van haciendo cada vez más inadmisibles y reprensibles a ojos de la mayoría.

Conocemos cada vez mejor los efectos que la violencia, en otro tiempo mejor camuflada, produce en nuestro entorno doméstico, laboral, escolar…Sabemos que la violencia psicológica es verdadera violencia y que produce verdaderas víctimas. Incluso desde un punto de vista legal estos problemas reciben cada vez más atención pues preocupan a la sociedad en su conjunto. El clamor universal contra de la violencia es en nuestra sociedad algo incuestionable y aparentemente unánime. Entonces, ¿Por qué persiste tanta violencia? ¿Quien no se escandaliza ante los niveles de violencia en un estadio de fútbol entre las hinchadas, en una violenta discusión en una reunión familiar, o en una de las típicas juntas de vecinos copropietarios ? Nuestra visión del fenómeno violento es defensiva. Tiende a expulsarlo de nosotros mismos para verlo y reconocerlo siempre enfrente.

No nos cuesta reconocer la violencia en los comportamientos ajenos, pero es enormemente dificultoso reconocerla en los nuestros. La violencia es siempre y por defecto vista y reconocida antes en los demás que en nosotros mismos. Este espejismo no conduce a la erradicación de la violencia sino a su transformación en formas más sutiles, indirectas y por tanto más aceptables. La violencia psicológica dominante en las relaciones humanas actuales es el fruto de este mecanismo de desplazamiento. Preferimos la violencia psicológica a la física porque es más invisible y nos permite mantener una buena opinión acerca de nosotros mismos y al mismo tiempo gozar de los efectos mágicos y trascendentales que toda violencia tiene. Tal y como dice René Girard, tener un chivo expiatorio es, por definición, no saber que uno tiene un chivo expiatorio. Antes, linchábamos a nuestros chivos expiatorios. Hoy en día los linchamientos que conocemos diario son psicológicos, sociales y mediáticos.

Las formas de violencia psicológica basadas en la exclusión, la estigmatización, y la violencia verbal contra un adversario hacen furor y son hoy la tónica dominante en las relaciones sociales. Desde los programas televisivos tipo “Gran Hermano” u “Operación Triunfo”, basados en el modelo de la eliminación del rival o adversario, hasta los programas que se nutren de una constante polémica (del griego “Pólemos”= violencia) política, social, familiar o escolar, la violencia forma parte del mecanismo purgativo y reunificador de nuestros grupos humanos en crisis. Somos igual de violentos que antes, pero nuestras maneras se han refinado. Nuestra violencia predominante es ahora de tipo psicológico. Nos hemos vuelto más aparentemente sociables y respetables, pero seguimos sin saber como cooperar, colaborar y unirnos si no es contra alguien, un tercero al que considerar nuestro enemigo común.

La era de la guerra desencadenada contra el vecino geográfico más cercano, y de la violencia física directa contra un enemigo externo a destruir, ha dado paso a la era actual de la violencia psicológica en la que la guerra social generalizada del todos contra todos, solo tiene como intermedio el periódico señalamiento de algún enemigo común que es inmediatamente linchado socialmente en el propio seno del grupo. Tras uno de estos linchamientos psicológicos, necesitamos siempre nuevas víctimas de recambio.

La transformación de la violencia física en violencia psicológica permite mantener la ficción de postularnos como una sociedad y unas personas moralmente superiores. Mantener ocultos a nuestros ojos a nuestros chivos expiatorios ayuda a conservar los patrones de una sociedad narcisista, ciega a la cantidad de víctimas de todo tipo que genera. Por eso la preocupación por las víctimas de la violencia es todavía hoy la de las víctimas lejanas, no de las que tenemos cerca, a mano. El próximo-prójimo victimizado con el que es más fácil solidarizarse concretamente pasa a ser sustituido por la víctima abstracta y lejana. La de allende los mares, la de los tsunamis, las hambrunas, las guerras lejanas…

Nunca es mi compañero de trabajo que está siendo acosado, el compañero machacado por sus iguales en mi colegio, mi vecino que sufre de la violencia psicológica y la marginación de los demás que le rodean. Este nuevo fariseísmo explica que, de manera global, seamos una sociedad cada vez más penetrada por la violencia y a la vez sensible y preocupada por ella.

De ahí que nuestro mundo actual es a la vez el más violento que haya existido. Es a la vez el que más victimas crea, y el que más víctimas salva de toda la historia humana.

El orden social sagrado que soportan las víctimas

La violencia del mobbing consagra y refuerza el statu quo vigente en una organización.

La víctima de la violencia organizativa tiene que ser percibida como culpable. No se le permite ostentar ante sus victimarios su status de víctima. Ser víctima de acoso en un sistema organizativo determinado revela que este no funciona adecuadamente. Es un síntoma de que algo muy esencial no funciona en el modo de gestionar la organización en cuestión. La inocencia de una organización frente a las víctimas solo puede construirse socialmente sobre la negación de su existencia. La expulsión de las víctimas que funcionan a modo de chivos expiatorios requiere de una crítica grupal prácticamente unánime. Es la llamada “unanimidad persecutoria”, habitual en todos los procesos de violencia que se prolongan lo suficiente en el tiempo. La víctima ya no es considerada como tal víctima ante los ojos del grupo linchador, Poco a poco se fabrican una serie de falsas explicaciones de lo que ocurre que se convierten en imputaciones y atribuciones acerca de la perversidad, mala intención, y maldad intrínseca de la víctima. Todos los grupos violentos necesitan para que el mecanismo violento funcione como aglutinador del grupo, cerrar filas contra su víctima única, exigiendo a todos sus miembros y de forma implacable la unanimidad, el cierre en la representación en forma de “lealtad de sangre” victimaria. Cada quien tendrá que retratarse respecto a la víctima y respecto al grupo, a favor o en contra de una y del otro. Estar a favor de la víctima significa ponerse en contra del movimiento del grupo y viceversa.

Defender a la víctima de la violencia grupal es siempre peligroso pues supone situarse contra al statu quo de dicho grupo y de la organización que este fundamenta y configura. La solidaridad con la víctima, en la medida que requiere resistir la corriente de la tendencia mimética grupal, suele significar arriesgarse a sufrir el mismo destino que la víctima. Son héroes anónimos quienes lo hacen. El paso del tiempo garantizará que no haya ni un solo miembro del grupo, organización o institución que no termine participando de alguna forma en la persecución de la víctima. La persecución pasa a considerarse como cuestión de estado, muestra de fidelidad, una obligación moral o ética, propia de los miembros más observantes y fieles al grupo y a la organización. Participar en este tipo de violencia de “todos menos uno contra ese uno” será un deber y no una opción para un miembro leal del grupo. El entusiasmo en machacar violentamente a la víctima será la prueba irrefutable del carácter partidario y fanático de un miembro que quiera ganar puntos a ojos de su comunidad de referencia.

Es el modo primordial, y relativamente fácil de demostrar al grupo de referencia que uno pertenece o desea pertenecer a él.

El acoso y la violencia contra víctimas únicas se configura como uno de los mecanismos sociales más integradores. Resulta extraordinariamente eficaz a la hora de rehacer la unidad o la cooperación perdida. Las organizaciones más tóxicas que existen, desde las mafias a los grupos terroristas, requieren a sus miembros ser furibundos y celosos sacrificadores de víctimas.

La participación en la violencia contra una víctima a través de un ritual de iniciación garantiza la cohesión, destruye la individualidad ética o moral, y consagra a un miembro como alguien relevante y aceptable a ojos de una comunidad basada y fundamentada en la violencia. Entiendo como tóxicas o psicológicamente nocivas a todas aquellas organizaciones, empresas e instituciones estructuradas mediante mecanismos victimizadores basados en el recurso a la violencia colectiva, que requieren para reestablecer o mantener el orden social y la cooperación recurrir periódicamente a crear internamente víctimas.

El mecanismo victimizador básico promueve la falsa percepción de un “mundo social ideal o perfecto”. Una organización y un statu quo que se presenta como incuestionable y sagrado puesto que promueve la eliminación automática de aquellos a los que atribuye ser indolentes, vagos, torpes, no alineados, o no suficientemente militantes, fieles o fanáticos y al mismo tiempo hace aparecer como imperfectos, e indignos de ser aceptados o mantenidos en su seno, a todos cuantos van a resultar violentamente eliminados mediante la persecución. El orden social que dimana de la victima se ve a si mismo entonces como trascendente y adquiere un status de “orden sacral o religioso”.

La jerarquía, el acoso y la paz social del cementerio

No es irrelevante a efectos de nuestro análisis de la violencia encontrar que la palabra “Jerarquía” procede de dos palabras griegas, hieros, que significa “sagrado” y archein, que significa “regla u orden”. Jerarquía, por lo tanto, significa “el orden sacral o sagrado”. Es decir el orden que nace de un sacrificio.

La jerarquía y las relaciones jerárquicas son “el orden sagrado” que deriva legitimidad o poder social de su carácter sacral, es decir del sacrificio. La jerarquía de la organización es la materialización del orden social que se deriva del periódico sacrificio de individuos inocentes, que van a ser instrumentalizados, siendo tomados como víctimas que reconcilian y garantizan con su violenta eliminación el mantenimiento del orden social o del statu quo, es decir los “chivos expiatorios”. Toda jerarquía necesita recurrir periódicamente el uso de todo tipo de instrumentos victimarios para rehacer la unanimidad perdida, muy especialmente en tiempos de crisis o de amenaza para el orden social que representa.

De ahí que en una época de turbulencia, cambios e inestabilidad social sin precedentes como la nuestra se acelere el proceso de fabricación de chivos expiatorios internos o externos en las organizaciones y en la misma sociedad. El número creciente de víctimas del mobbing en el ámbito del trabajo no hace sino demostrar que este mecanismo regulador está llegando a su paroxismo. Las crisis, los desencuentros, los conflictos, las rivalidades entre facciones internas, que amenazan más que nunca la cohesión de las organizaciones sociales, crecientemente descompuestas por el moderno individualismo, el narcisismo social, las envidias, la rivalidad, el resentimiento acumulado, etc…. ya no encuentran resolución sino a fuerza de reconciliar a todos sus miembros mediante la violencia unánime de todos contra uno. Este es el papel que juega desde hace tiempo en nuestra sociedad el deporte de competición, y también de forma creciente la pugna política.

Cuanto más turbulenta, inestable o conflictiva es una sociedad u organización, mayor es la necesidad de jerarquía sacral, es decir de generar sacrificios que mantengan el orden. La jerarquía sacral más activa es nuestra casta política, siempre dispuesta a sacrificar a los otros por causa de la razón política, la razón de estado o la razón particular, que siempre es el propio interés y poder, camuflado bajo apariencia de bien común.

A medida que el ordenante del sacrificio periódico de inocentes “por el bien de la mayoría”, repite su comportamiento se transforma en un poder trascendente. Su capacidad para conseguir ese bien supremo que representa la cohesión del propio grupo social, le sitúa en una posición de dominio. El poder que ostenta se vuelve incuestionable, sagrado. Aquellos que ostentan el poder de sacrificar y perseguir a otros suelen ser de este modo percibidos como garantes máximos del orden social y de la estabilidad, es decir de la paz social.

De este carácter sagrado y trascendente de la jerarquía organizativa que acabamos de describir se deriva la percepción universalmente compartida por los miembros del grupo de que las cosas no pueden ser como son. Se proyecta la falsa idea de que el mundo laboral no puede organizarse más que de este modo. De un modo victimario y a costa de víctimas propiciatorias.
Ello garantiza un orden social de facto o statu quo que transforma la percepción de los sucesos violentos y victimizadores en una ficción. Se perciben como hechos ineluctables por la propia naturaleza del ser de las cosas.

Instigadores frente a defensores: la batalla cósmica en la organización

El mimetismo grupal sitúa la responsabilidad máxima de los casos de acoso en los que despliegan el mecanismo de linchamiento. Son los instigadores del proceso de acoso. Quienes instigan el proceso de acoso lanzando la primera piedra, inducen el proceso mimético de linchamiento grupal gradual que va tomando velocidad y que con el paso del tiempo tiende a involucrar a todos los miembros, que tienden a participar de un modo no del todo consciente.

Frente a los instigadores o sacrificadores conscientes, se alzan los defensores de las víctimas de acoso.

Son defensores quienes se interponen en medio de este proceso victimización y defienden a las víctimas, señalando la verdad técnica que es siempre su inocencia y el no merecimiento del castigo que reciben. Estas dos figuras instigadores y defensores son cruciales para entender los mecanismos del acoso en las organizaciones. Ambas figuras son detenidamente analizadas por la antropología desde la Teoría mimética.
Quien funciona como instigador-acusador de todo el proceso es la figura que recibe en griego el nombre de satan (literalmente “el que acusa en un proceso”). Este acusador es la figura clave puesto que desencadena todo el peligroso proceso de victimización. Intenta siempre que desde el principio la mayoría de los testigos del acoso sean neutros o indiferentes. Con ello, maximiza la probabilidad de que el propio mimetismo transforme a los inicialmente indiferentes posteriormente en colaboradores y agentes directamente participantes en el linchamiento de la víctima. Por otro lado están los defensores, que en griego reciben el nombre de parakleitos (literalmente ; los que defienden a las víctimas en un proceso).

Estos defensores se la juegan, al defender a los que sufren acoso puesto que el propio mimetismo linchador grupal atrae sobre ellos mismos la animadversión y los males que intentan atajar contra otras víctimas. Los modernos satanes (del griego Satan = el que acusa-acosa) se especializan en mantener el statu quo o el orden establecido eliminando a los que revelan la inocencia de las víctimas (en giego Parakleitos= el que defiende a las víctimas). Estos satanes sólo saben reinar causando el caos entre los hombres en virtud de una falsa representación del proceso victimizador, que hace pasar por culpables a las víctimas. La denominación utilizada por la Biblia para referirse a estas figuras, centrales en todas las organizaciones sociales, es exactamente la de un fiscal o acusador en un proceso judicial.

Un satan (acusador) es quien engaña a los demás hombres haciéndoles creer falsamente que las víctimas inocentes son en realidad culpables y responsables de su propio mal. Parakleitos, es el término griego que en latin tiene su equivalente en el ad-vocatus, es por el contrario el abogado que acude en auxilio de una víctima y habla en su favor, actuando en su nombre para defenderla. El Parakleitos en la Biblia es el abogado universal, defensor de todas las víctimas inocentes, es decir el Espíritu de la Verdad con V mayúscula, es decir el Espíritu de Dios.

Este destructor de toda las representaciones falsas del proceso victimizador es quien rehabilita a las víctimas falsamente acusadas, dándoles la razón última de su inocencia. Como auténtico Espíritu de la Verdad, disipa las tinieblas de la mitología, es decir de la falsa representación de las víctimas como culpables.

El embalamiento mimético y los Jedis organizativos

El grupo de los que son inicialmente indiferentes proyecta la sensación de permanecer siempre así durante todo el proceso de acoso, sin embargo esto no es cierto. El proceso de embalamiento mimético de un linchamiento psicológico como el acoso hace que estos indiferentes pasen muy pronto a formar parte de manera poco consciente del grupo de los linchadores. Semejante tipo de linchamiento solo puede verse dificultado decisivamente por quienes, mediante su comportamiento solidario, de apoyo y defensa de las víctimas, ofrecen un modelo de comportamiento alternativo y no victimizador.

El mimetismo permite que este comportamiento solidario en defensa de la víctima pueda ser imitado por otros miembros, especialmente por la masa de los inicialmente indiferentes. Un comportamiento social de defensa y solidaridad con el acosado significa la materialización repentina ante los ojos de los indiferentes de un modelo a seguir. Un modelo vivo y concreto para materializar la fundamental obligación de solidaridad con las víctimas de acoso.

La ruptura del mecanismo de la unanimidad persecutoria por parte de uno solo de los miembros de un grupo violento poseído por un mimetismo linchador destruye el juguete mimético con el que cuenta el acusador. La unanimidad del todos contra uno, que se presentaba como garante del merecimiento de la víctima ya no funciona aquí. Falla la representación de la víctima como culpable en el que se basaba la justificación de la violencia que se abatía contra ella.

La defensa y la rehabilitación de las víctimas por parte de estos anónimos héroes, auténticos defensores o Jedis modernos, evita e impide el cierre de la representación sobre las víctimas como “merecedoras de su mal”. Los Jedis organizativos, son quienes se adelantan a defender la inocencia de las víctimas: Al ser los primeros en hacerlo, corren el riesgo cierto de seguir su suerte, a manos del mismo proceso mimético.
Tal y como señala muy acertadamente René Girard: “Fracasar en la salvación de una víctima amenazada de forma unánime por una colectividad, significa el riesgo de sufrir la misma pena que aquella”. Pero los Jedis organizativos cuentan también a su favor con el mismo proceso mimético. El mimetismo o tendencia universal a la imitación también va a permitir que la tendencia de los demás, especialmente los indiferentes, les lleve a emular su comportamiento solidario y de apoyo. Al ofrecer un modelo valido y concreto de conducta, el Jedi puede ser tomado como ejemplo y modelo a imitar por parte de los demás.
Un modelo positivo que permite defender contra la unanimidad, a una víctima injustamente perseguida. El análisis de los procesos de victimización en las organizaciones, revela que siempre existe esta posibilidad desde el principio. El mal, las injusticias, los abusos y el maltrato, los procesos de eliminación y destrucción psicológica de las víctimas en una organización, pueden y deben ser detenidos desde el principio. La ruptura de la indiferencia inicial y del pacto de silencio en torno a las víctimas, resulta esencial para ello.

Aunque sea la obra de un solo miembro, el romper esta unanimidad resulta crítico al principio. Los héroes anónimos que se la juegan por los demás, son modelos de comportamiento con el potencial de obrar efectos extraordinariamente positivos en forma de bola de nieve en todos los demás miembros de una colectividad.

Sin embargo, la elección de la posición ética de cada uno ante el mal en la organización supone un riesgo y no constituye en absoluto una apuesta segura. Solo quien es capaz de arriesgarse y jugársela por las víctimas, posicionándose desde el principio a su favor, es capaz de salvarlas. Invertir de raíz el proceso mimético de victimización en el momento en que este se abate sobre las víctimas es siempre peligroso y puede resultar incluso fatal para los Jedis organizativos.

Al final, la postura a adoptar resulta ser una decisión ética que llama a la puerta de la conciencia moral de cada uno ante el acoso. Esta posición no se adopta de una vez y para siempre en una especie de opción fundamental, sino que es el fruto de la múltiple y variada gama de situaciones recurrentes ante las cuales nuestras elecciones cotidianas nos van transformando interiormente ya sea en satanes, ya sea en parakleitos.

Cada uno elige su posición ante la víctima.